A finales del siglo XVIII, existía un corralón propiedad del convento de San Juan. En este corral se criaban algunas palomas. Un día lluvioso, un antiguo sacristán, alimentando a las palomas, encontró un cuadro muy deteriorado de la virgen de la Soledad oculto entre unos cachivaches. Le arranco el bastidor y regalo el lienzo a unos niños que jugaba en la calle.
Uno de los niños se acordó de que a su tía Isabel Tintero le agradaría el lienzo, pues tenia fama de beata. Isabel dio a los chavales unas monedas y se dispuso a limpiar el cuadro. Cuando acabo le puso un tosco marco y lo colgó en la pared de su portal con flores de trapo y con una lamparilla de aceite.
Cuando Isabel salió bien parada de un parto difícil, se lo atribuyó a aquella Virgen. Todas las vecinas y amigas se pusieron bajo su protección en situaciones parecidas saliendo bien todas ellas.
La devoción por esta virgen creció de tal manera que Isabel tuvo que alquilar una habitación para poder rendir culto a la Virgen.
La esposa de Carlos IV encomendó a la Virgen de la Soledad a su hijo Fernando que estaba estaba enfermo de escorbuto. Cuando Fernando recobro la salud, la reina mando unas velas a Isabel Tintero. Al enterarse, muchos madrileños enviaron dinero a Isabel para que construyera un templo donde alojar a la Virgen. Cuando se construyo el templo, en la calle Solana, se traslado a la Virgen en solemne procesión. Cuando la procesión paso por el corralón, una paloma blanca voló hacia donde estaba la Virgen y se poso sobre el cuadro. Allí permaneció durante todo el recorrido hasta que entro en el templo. Desde entonces se llamo la Virgen de la Paloma.
La imagen se encuentra en el altar mayor de la parroquia San Pedro el Real, en la calle de la Paloma. A un lado de la epístola hay un cuadro que representa la entrega del cuadro y el pago a los muchachos.
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